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Púgil a medianoche

Me dio por pensar si no había algo satánico en la pregunta: una vaca, su mansedumbre. ¿Por qué eligió ese animal y no un macho cabrío, con el que su rostro guardaba gran parecido? Hurgué en mi memoria e intenté aflorar cuantos datos detallé en los archivos. Esas confesiones a las que sólo podían acceder mis superiores como intermediarios entre yo y Dios...
Domingo Damián Ojeda

El fantasma de Juanito Montes

-Está muerto.
-¿Muerto, ése? No me haga reír.
-Pues así es.
-¿Cómo puede estar muerto quien no ha fallecido?
-Usted vio cómo lo enterraban. El forense lo certificó.
-La lápida fue rota desde el interior de la tumba. Y las astillas del ataúd reventadas hacia afuera. ¿A patadas? ¿Cuatro semanas más tarde?
...

Vidas desesperadas

Nadie sabe cuándo ni cuántas veces ha estado frente a un peligro, hasta que ese peligro golpea en sus muy variadas e ingeniosas formas. Y la ventura enfrentada por Botavio Irún con las armas de sus dudas, constituyó la más grande osadía de un hombre desde que toma conciencia del significado de poseer una mujer...

Kawasaki

Los testigos del accidente encontraron la moto en la cuneta, panza arriba, como un insecto medio escachado, moribundo, aún con la rueda motriz girando bestialmente con un chirrido que ponía los pelos de punta. Y cuando bajaron por el terraplén horroroso, se quedaron inmóviles al ver aquel espectáculo de mano agitándose acalambradamente en sus alaridos de auxilio.

Como los dos ocupantes iban de ese modo indecente, algunos testigos concluyeron que ambos estarían atiborrados de marihuana. Se equivocaban, pues lo que ninguno de los presentes sabía era lo que condujo a esos dos pobres al desastre...

Tormenta hacia Echiñguaima

Echiñguaima no existe. Este pueblo es fantasma de sí mismo; eso es, el esqueleto de un pasado que jamás ha tenido lugar...

La mujer se abrazó a mí, sumándose al ritmo de mis aullidos que golpeaban aldabonazos en cada puerta, en cada escondrijo de Echiñguaima, para anunciarles, con el sobresalto de mi aparición, que la muerte había llegado...

Las orillas del olivo

Si hubiera sospechado lo que le iba a ocurrir esa noche, Ebro Dángil no habría salido de su piso. Pero lo hizo, en lugar de quedarse a descansar tras su último trabajito para una empresa de extracción petrolera.

Allí estuvo catorce días, en las despiadadas tierras de África, en pleno golfo de Guinea, a cuatro mil kilómetros de los vinos, los toros, las tapas de tortilla y los pimientos morrones con banderillas de aceitunas ensartadas con los estoques de la tierra.

África, un hervidero de intereses comerciales donde la corrupción de dudosos gobiernos y el hambre insaciable de las multinacionales por hacerse con las fuentes energéticas de la zona, forzaban su propia ley, impuesta a tiros como forajidos en el far west...