Las orillas del olivo

Si hubiera sospechado lo que le iba a ocurrir esa noche, Ebro Dángil no habría salido de su piso. Pero lo hizo, en lugar de quedarse a descansar tras su último trabajito para una empresa de extracción petrolera.

Allí estuvo catorce días, en las despiadadas tierras de África, en pleno golfo de Guinea, a cuatro mil kilómetros de los vinos, los toros, las tapas de tortilla y los pimientos morrones con banderillas de aceitunas ensartadas con los estoques de la tierra.

África, un hervidero de intereses comerciales donde la corrupción de dudosos gobiernos y el hambre insaciable de las multinacionales por hacerse con las fuentes energéticas de la zona, forzaban su propia ley, impuesta a tiros como forajidos en el far west...

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